Arte Sacro
  • Noticias de Sevilla en Tiempo de Pascua
  • domingo, 12 de mayo de 2024
  • faltan 336 días para el Domingo de Ramos

Dos candelas y una corona. Carlos Colón. Diario de Sevilla.


DOS candelas y una corona de laurel en Don Remondo. Un recuerdo de la mañana más fría que ha vivido Sevilla en toda su historia democrática. No sólo de ese frío que pueden medir los termómetros, que también como este final de enero el de hace ocho años fue anormalmente gélido, sino de ese otro que crece por dentro. Un frío en blanco y negro –también fue gris además de fría aquella mañana– del que mi generación sólo había oído hablar a quienes vivieron amaneceres de fusilamientos, de ropas y mantas entregadas sin una explicación a quienes iban a preguntar por los suyos, de llantos sofocados, de coches negros cortando el poco tráfico que iba del Hospital de la Sangre a San Jerónimo –"¡Dése usted la vuelta!", decían los guardias– y secas detonaciones que no se podían evitar oír mientras se regresaba hacia la Macarena. Un frío de los años 30 ó 40, de represión y muerte. Ese frío personal que se siente la mañana en que nos despertamos para ir a enterrar a los nuestros y que sólo se hace colectivo en las grandes tragedias de la historia. El frío del tiempo de los asesinos.

Dos candelas y una corona de laurel en Don Remondo, el día después del homenaje. Pasando ante ellas, como tantas otras veces que por allí paso, musité: ni olvido ni perdón. Y eso no quiere decir venganza, sino justicia. Muchos, muchísimos sevillanos no consentiremos que se mate por segunda vez a Alberto y a Ascensión, humillando la memoria de las víctimas y el dolor de sus familias con una paz que, por renunciar a la justicia, no haría más que envilecernos colectivamente. Por no ser asesinos, como quienes asesinaron a Alberto y Ascensión, no tenemos pena de muerte ni la queremos. Pero eso no quiere decir que a lo irreparable de la acción de los asesinos la sociedad no pueda y deba corresponder con el cumplimiento íntegro de las penas que en un juicio justo les fueran impuestas.

Alberto y Ascensión fueron condenados a muerte y asesinados por ETA, y sus hijos fueron condenados a la cadena perpetua de no tener padres que les besen por las noches, les abracen por las mañanas, les pongan los regalos de Reyes, los vistan de nazarenos... Y así hasta que discutieran con ellos en su adolescencia, durmieran con un ojo abierto hasta oírles llegar de sus primeras salidas nocturnas, se alegraran por su primer trabajo, les llevaran del brazo al altar, disfrutaran con los nietos... Quitarles todo eso –y también los disgustos que separan y el amor que vuelve a unir, las penas que se sobrellevan mejor juntos, los malos momentos en los que la familia es ese manojo de ramas frágiles una a una pero irrompibles cuando están unidas– sí que es una cadena perpetua sin remisión de pena. No teman aquellos a quienes les fueron arrebatados Alberto y Ascensión quedarse solos en su exigencia de memoria y de justicia, mientras vivamos quienes aquella mañana los lloramos como si fueran nuestros.

www.diariodesevilla.com










Utilizamos cookies para realizar medición de la navegación de los usuarios. Si continuas navegando, consideramos que aceptas su uso.