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Dos años sin Carlos. José María Maesa Govantes


El 16 de julio de 2015, fue una tarde muy calurosa en esta Sevilla que tanto amamos con sus valores, y también con sus defectos, algunos como el calor veraniego no son fácilmente corregibles. Pues ese atardecer de verano, Carlos se iba como tantas veces se van los justos, injustamente.

Ocurrió un rato antes de pasar por la esquina la Virgen del Carmen de Santa Catalina, de hecho cuando esto ocurría y se oían preciosas marchas su cuerpo estaba sobre el mármol de la entrada de la casa, prácticamente desangrado, pero con una expresión que jamás olvidaré. En su rostro no había más que serenidad y contemplación; sí, igual a la que buscaba en tantos momentos de su vida, porque Carlos era un defensor de La Contemplación, él se encontraba siempre bien entre monjes y monjas de clausura. El estudio y la oración, el observar el mundo sin prisas, ayuda, según Carlos, a encontrar explicación y solución a nuestros problemas. Cada vez que podía buscaba el sumergirse en eso tan necesario para la razón y el espíritu que es la vida contemplativa.

Carlos tenía dos épocas del año que se apartaba de la vida ciudadana para pasar una semana entre monjes cistercienses, esos días y los quince que pasaba frente al mar con sus sobrinos, eran los únicos “lujos” que necesitaba, para crear contrastes con la cotidianidad. A sus setenta y seis años Carlos seguía con la misma ilusión en contagiar su convicción de que las cosas pueden ir mejor en el mundo solo con entender que el amor a los demás te reporta tanta felicidad que te da igual tener más o menos cosas. Él, por ser cristiano de verdad, no exigía a nadie que pensara igual para darle lo que necesitara si estaba en sus manos. Igualmente no buscaba presidir, figurar, reconocimientos públicos, ni gratificaciones del tipo que fueran. Su sueldo de profesor jubilado lo compartía con familias necesitadas y aportaciones a instituciones de caridad, fueran o no eclesiales.

Una cosa que si necesitaba era sentirse querido de verdad, pero afortunadamente había mucha gente que le podía ofrecer esa vitamina para el alma. Es cierto que al ser tan justo, no podía soportar la injusticia, y yo puedo recordar momentos de su vida en los que sufrió ataques que le hicieron daño. En esas circunstancias sufrió mucho, sobre todo si procedían de entornos muy queridos. Estos hechos injustos siempre eran motivados por haberse definido claramente en defensa de la verdad.

Como buen historiador y estudioso de los escritos sagrados y vida de la Iglesia, y aunque consideraba que nuestro catolicismo necesitaba de cambios, era conocedor y defensor del buen uso de la liturgia, y no estaba de acuerdo que ésta se pusiera muchas veces al servicio de modas o estéticas. Los tiempos y detalles simbólicos como colores, y otros puntos formales tienen una explicación que a veces se cambia por gustos personales o de grupos. Varias aclaraciones o correcciones le costaron cierta animadversión por parte de algunos cofrades, casi siempre de formación limitada y bastante orgullo. Carlos estaba enamorado de la Sevilla elegante, medida, culta, tolerante, la Sevilla aglutinadora de arte, que ha aprendido de su rica historia, de la que nuestras hermandades en conjunto son muestra admirada e imitada, lejos de tópicos superficiales que muchos se empeñan en mantener, empezando por bastantes sevillanos. Como muestra de fiesta solía poner de ejemplo de buen gusto, la procesión de la Virgen de Los Reyes. Por todo ello, a veces sus críticas sobre modas y concesiones populistas de algunas cofradías sevillanas le granjearon ciertos enemigos. Igualmente su defensa de lo auténtico, y de anteponer la formación en estas corporaciones tampoco fue entendida a veces.

Yo tuve la suerte de tenerlo muchos años cerca, y nuestra amistad es sin duda de las mejores cosas que he vivido. Gracias a esa cercanía, sé que estaba realmente contento con sus parroquias de San Ildefonso y San Isidoro, donde había encontrado buenos amigos y compañeros: Geraldino, el párroco y Juan Ramón y Manolo los sacristanes, sin olvidar a las hermandades y feligreses con quienes mantenía muy buena relación. Su ilusión era terminar su vida activa dedicado a ello junto con el trabajo pedagógico en San Clemente, Madre de Dios y San Leandro. En estos conventos, dado que en los tres hay bastantes jóvenes africanas y sudamericanas, Carlos les enseñaba por decisión propia a conocer y valorar el valioso patrimonio histórico‐artítico del que más pronto que tarde tendrá que cuidar ellas, junto con la historia de nuestra tierra para una mejor integración de estas jóvenes. ¿Quién hará desde entonces esta labor?.

Gulliver en Sevilla tuvo la suerte de contar con su asesoramiento desde sus comienzos, aportándole datos y enfoques históricos muy interesantes. Este colectivo de actores, autores, directores y personas amantes del teatro cuanta con unas treinta rutas teatrales sobre temas muy variados, siempre con un enfoque educativo, fundamentalmente destinado a escolares, estudiantes y personas con inquietudes culturales.

Todo lo expuesto hacía que llevara un nivel de actividad que le ocupaba desde la mañana hasta la noche.

Carlos era sabio en el auténtico sentido de la palabra, o sea humilde, aparte de sus conocimientos por las varias títulaciones que poseía, era una persona con la capacidad de observar y escuchar. Su Cristianismo era de verdad, de los que su fuente es Cristo, y sabiendo entender y explicar la sencillez del mensaje cristiano muchas veces camuflado por disposiciones que a lo largo de los siglos han ido sobreponiendo unos y otros. Carlos pensaba que la Iglesia iría desprendiéndose de la hojarasca que hace muy difícil para muchas personas saber que es lo verdaderamente importante y que es lo prescindible, y que a veces sigue dando una imagen alejada de la gente más sencilla, como una especie de separación jerárquica que cuesta identificar con el estilo de Cristo, ya que son los humildes la base fundamental del Cristianismo. Carlos pensaba que en El Evangelio está todo, y hay que redoblar esfuerzos en acercarlo y explicarlo bien. Un detalle que él creía que no era bien conocido, es el lugar de las mujeres, Cristo no solo se paraba para hablar con mujeres desconocidas, cosa totalmente prohibida por los hebreos, (con las mujeres no se podía hablar a menos que fueran tu esposa, madre o hijas) sino que las defendió enfrentándose a hombres y que son mujeres las que protagonizan momentos fundamentales por delante de los hombres, empezando por María, y siguiendo por su amistad personal con María Magdalena, Marta y varias más, además de ser las primeras que lo ven resucitado, porque los hombres estaban escondidos. Quien quiera ver discriminación hacia el sexo femenino, en Jesús, no está teniendo en cuenta el contexto histórico, y el cambio radical que impuso Jesús con respecto a la sociedad de aquel momento. No cabe duda que su relación con las mujeres, fue uno de los principales motivos de persecución por la ortodoxia judía. A ese respecto pensaba Carlos que La Iglesia seguiría haciendo cambios importantes.

Carlos no tenía ningún problema para charlar con miembros de otras confesiones o no creyentes, lo único que rechazaba era hablar con quien más que el cerebro empleaba las tripas, es decir aquellas personas que rezuman odio y agresión hacia los católicos. Con las personas dialogantes más de una vez debatió, y gracias a su información profunda y veraz, podía si no convencer, sí ganarse el respeto de sus interlocutores. Sus argumentos siempre estaban cargados de razones y conocimiento de los contextos culturales e históricos, tan importantes a la hora de entender estas cuestiones. Carlos mantenía que con todos sus defectos, la Iglesia Católica era la que contaba con los mejores expertos biblistas y teólogos.

Existe un amplio archivo de escritos de Carlos, que me consta, un grupo de amigos junto con algún familiar quieren ordenar y darle el máximo aprovechamiento.

¡Qué pena!, no poder seguir contando con su palabra, su cercanía, su presencia, su ayuda… y tantas cosas que ofrecía sin pedir nada.

¡Qué pena!, no se hayan sabido aprovechar plenamente su talento y honestidad en la comunidad de Sevilla por infravalorarlo quien correspondiera. Hay que recordar que estuvo varios años sin destino concreto, antes de las parroquias últimas, proponiendo actuaciones y demandando un sitio donde trabajar para ayudar a difundir el conocimiento de Cristo. Menos mal que gracias a su inquietud buscó donde actuar, y así emprendió su labor en los conventos, igual que en otros ámbitos.

¡Qué pena!, sentirán desde hace dos años sus monjas, que tanto lo querían y admiraban. Eran tres congregaciones con más de cincuenta integrantes, las que todas las semanas esperaban con muchísima ilusión la clase magistral y formativa de D. Carlos.

¡Qué pena! Que la penúltima cara que viera antes de morir fuera la de su asesino, y digo penúltima, porque estoy convencido que fue el bello rostro de su gran devoción, la Virgen de Regla, la que en los últimos instantes de vida vería tendiéndole las manos para ayudarlo a incorporarse.

Podría recordar más detalles interesantes de Carlos Martínez Pérez, pero lo dejaré aquí.

Para muchas personas es merecedor del más entrañable recuerdo que se puede tener de alguien, y por supuesto, hay una cosa que perdurará, lo que ha sembrado no ha caído en tierra baldía.

Nota: Las fotos son del Corpus de San Ildefonso, pasando por delante de su querido Monasterio de San Leandro. Poco tiempo antes del triste momento que recordamos.

José María Maesa Govantes










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